martes, 27 de febrero de 2018

Entre el Amén y el ruega por nos...

Dí un brinco, boté sobre los talones, salté y me agarré a las crines del viento. Explotó en mi cara el tiempo y se llenó el espacio muerto entre el yo y la nada de vida y papelillos de colores. Reventó el carnaval de los sueños y las dimensiones amarillas y anaranjadas invadieron la tristeza de mis días. Guarde silencio, enmudecí mi expresión y me hice ciprés en un cementerio ajeno que aún no había sido estrenado.Sabía que mientras continuara sujeto a las crines de aquel aire que me zarandeaba no corría peligro alguno. La  prudencia -que nunca me caracterizó-  se hizo, de repente, entereza, osadía, valor, arrojo, atrevimiento y, por un momento, intuí que no era yo el que dentro, entre las costuras de la piel, crecía. Sino que era un yo  distinto y distante.


... Que estas en el cielo...

Antes del salto hacia aquella nada,  poblada de ambición y anhelos que nacían ajenos a las lunas y a la primavera que se iba gastando de tanta niebla, antes de cabalgar a lomos del viento y sentir en su cara el azote del maquillaje de la muerte viva  y de la vida muerta, antes, pensé en la gloria infinita y colosal de quien esta por encima de las cima mas alta  y por debajo de la sima  mas profunda, Deseé encontrarme con Dios. Soñé con subir -o bajar- montado en cualquiera de las oraciones y rezos que me enseñaron hasta los mismos ojos de Dios. Quise explotar delante de Dios como si fuese la bomba de cualquier fanático que antepone lo divino a lo humano.


... Santificado sea tu Nombre...

Una sensación, a la que no puse obstáculo para sentirla en plenitud, me hizo considerar en la grandeza de la fe de tantos y tantos hombres que se arrodillan y se inclinan hasta tocar con su frente el suelo, mientras, recitan bellos versos inspirados en las normas del amor, el respeto y la historia... Dios es grande, grande  y Ala -su Profeta- es a su imagen y semejanza, grande, grande... Siempre he admirado a aquellos hombres que se postran, en riguroso orden, silencio y convencimiento, sin zapatos en los pies y sus manos limpias, convencidos de que el poder de la oración es grande grande, tan grande grande, como grande grande es Dios y su Profeta.


... Venga a nosotros tu Reino...

Hay hombres, hechos y derechos, que estiran sus brazos hasta que con las manos pueden alcanzar las crines del viento, del tiempo y de la gloria. Otros, otros hombres damos un brinco, saltamos  o asaltamos -sin cerrar los ojos- los momentos en los que la vida se nos presenta como la obra o la creación divina de un Dios... al que de pequeño nos enseñaron a temer y ahora, de mayores, nos enseñan a ignorar.

... Hágase tu voluntad...

¿Será pecado desear  la misma fé, amor, consideración, respeto, admiración y sumisión que otros hombres -que calzan babuchas y usan turbantes- tienen a su profeta? ¿Será pecado de envidia, de soberbia solo pensar en esa posibilidad?  No, quizás sea la penitencia que hay que cumplir para que perdones nuestras deudas... así como nosotros ... (mentira... traga saliva y no pienses)


Siempre he pensado que nunca terminamos nuestros rezos, y ni tan siquiera la oración que recitamos, con la memoria de la cabeza y no con la del alma o del corazón, aunque nuestros labios digan Amén. Si finalizáramos nuestra oración, el rezo, la charla con Dios, seguramente que podríamos cabalgar hasta mirarnos en los ojos de Dios sin tener que agarrarnos a las crines del viento. 
Amén.

Dedicado -con todo mi cariño y respeto- a Sonia T. y a su familia. Sé que en ese hogar hay un profundo respeto a la oración.